Mundo – Persona – Espíritu          O8-2010

               ESPÍRITU COLOMBIANO

 

Concluyo hoy, con la bendición de Dios, un periplo largo por el país que considero “el más católico de Latinoamérica” y tal vez de “todo el mundo”.

Muchos conocen mi preferencia por esta nación. Cómo no amar un país generoso, donde para muchos eres “Su Merced”; donde te sientes obligado a comprar el producto cuyo precio preguntaste porque quien te responde lo hace con una sonrisa tan espontánea que reluce la amabilidad que cultiva para el trato con otros. En mis once años de visita a este hermoso país, conociendo la mayor parte de sus capitales más importantes y rodeado de multitudes,  debo mencionar que son contadas las personas que carecían de ese ardor interior.

Un mes de conferencias por Colombia: ¡qué dicha! Académicos, profesionales de distintas ramas, empleados, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas, novicias, padres y madres de familia, universitarios, estudiantes, desempleados, militares, vagabundos… Todos se dan tiempo para conocer algo más que enriquezca su “Fe y su Razón”. Todas las presentaciones llenan a tope los recintos. El Señor obispo de Ibagué tuvo a bien decir al ver su Catedral colma: “Jamás se había llenado esta Catedral de esta manera (centenares de personas que no encontraron asientos se sentaron en el suelo).

Tampoco faltan niños precoces que soportan tres horas escuchando un lenguaje de adultos, pero que ellos no rechazan… Son ellos los primeros en acercarse al expositor en un intervalo para ofrecerle un regalo pequeño (caramelos, bolígrafos, dibujos hechos por ellos mismos, una fruta, una galleta, etc., etc.) o simplemente hacerse fotografiar luego de sellar su entusiasmo con un dulce beso.

El martes fui a Misa a la Catedral de Medellín, día ordinario: cuatro confesores, tres sacerdotes para la Comunión. Algo parecido puede verse en muchas ciudades de Colombia cualquier día de la semana: ¡Colombia mística, Colombia espiritual!

En un viaje anterior (hace pocos meses), pedí a una joven abogada que nos ayudara a animar el inicio del “Discipulado de la Misericordia” en su ciudad. Me dijo que sí. Al retorno me esperaba con un sacerdote integrado al Movimiento, una Parroquia con un gran futuro, un retiro espiritual de varios días con más de un centenar de personas. Luego del encuentro, un líder de otras agrupaciones me consulta si podrían integrarse al DIMI, son más de 200 buscando un rumbo que creen haberlo encontrado en la Misericordia Eucarística.

Los campesinos, también buscan su modo de escribir unas páginas en el libro de mi vida. Uno de los más de mil que me había escuchado en la provincia del Huila (La Plata), quería enseñarme a ordeñar vacas… “Un hombre de ciudad como usted, no tiene esa experiencia” – comentaba… Él querían compartir conmigo su arte milenario. Pensó dos años, me esperó y cuando llego a su población me recuerda el compromiso, él estaba listo para cumplir su ofrecimiento… Me levantó temprano, ató las patas traseras de la vaca elegida y empezó la faena. Trajeron el cubo correspondiente y empezó a salir la leche cuya técnica no me parecía fácil… El balde se llenaba de leche pura con espuma abundante. Llenó luego un vaso con el líquido fresco y me invitó a beber: “Beba doctor la leche fresca… del productor al consumidor” – añadió. Yo había leído que había que hervirla primero… por sí acaso… A él eso no le importaba… Su salud de roble se había forjado por decenios bebiendo ese delicado alimento.

Su dulce esposa de más de setenta años se había levantado a las cinco de la mañana para preparar las famosas arepas con queso… Era una fiesta para ellos, para los campesinos y para mí… El paisaje es espléndido: profundo el verdor, perfumada la campiña fresca gracias al rocío matutino. Era una experiencia única que guardo en la mente y en el corazón… Pensé en Nueva York, Sydney y Seúl…, ciudades maravillosas, sí,  pero cuán lejanas a este esplendor natural, donde realmente uno siente el privilegio de habitar la tierra como persona y no como un número destinado a producir para gastar más y tener más cosas.

Contemplo a don Leonardo, su rostro amable tallado por el pasar del tiempo con surcos que siempre ha aceptado con gozo. Me abraza como a un hijo: “Me gusta mi doctor –dice- un campesinito por horas” Yo quisiera que el tiempo se prolongara. Jamás había sentido la pertenencia al campo y el abrazo de quienes durante siglos hacen posible que el mejor alimento natural llegue a la mesa de miles en todo el mundo. Se acuestan cuando se esconden las estrellas, se despiertan con los cálidos rayos solares que constituye su reloj natural. Se ven felices…, no les importa si no tienen conexión a internet.

Ya estoy en el Aeropuerto de Bogotá, listo para Costa Rica, mi nuevo destino… Todos sonríen, me sirven un jugo de una fruta que no conocía, sabroso como todo lo que ellos ofrecen y hacen. “¡Quédese doctor!” Un abrazo señala el despido…, mientras las afectuosas voces se levantan al unísono: “¡Ojalá vuelva pronto!”

Ya sé, me dirán los lectores que la prensa internacional dice de Colombia otras cosas… y eso también tiene su dosis de  verdad…  El recorrido por ciertas ciudades descubre la pobreza y el desarraigo de muchos. La misma prensa informa regularmente sobre aquella violencia que cercena la vida de miles anualmente y de aquellos secuestros que angustian a tantas familias. Pero esta es la sombra mínima de la cual, empero,  más se habla, ignorando aquello que sí da mayor luz y nobleza a la vida de todos los colombianos: su bondad, acogida, su capacidad creativa, su dedicación al trabajo, su alegría de vivir. Me decía un amigo que me visitó procedente de Nueva York: “ ¡Doctor, aquí todos sonríen…mírelos! ” Ésa no es su experiencia cotidiana en la moderna y agitada ciudad norteamericana.

Desde hace pocos días Colombia tiene un nuevo presidente… Su discurso claro y elocuente ha conmovido: “Que Dios me guíe” –proclama. Sabe y entiende que no puede caminar sólo, necesita de Dios y de los Colombianos.

Espíritu colombiano, sí, este es el que yo conozco y reconozco. Ojalá aprendiéramos a respirar su buen aire. Mientras recorro sus calles y percibo su olor miel me vienen a la memoria las palabras de nuestro buen amigo David Trejos: “A quien camina cerca de la miel… algo se le pega”  Es lo que espero…

Ricardo

 

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