Mundo – Persona – Espíritu 02-2009
Cuando la razón oscurece
Si algo ha motivado mucho mi inquietud científica, ha sido el estudio de los potenciales inteligentes del hombre. Sapiens, sapiens… Humano sabio, inteligente, racional, imaginativo, creativo, etc., etc.
Cuando recorremos la historia a lo largo de los siglos, no podemos dejar de sorprendernos ante tantos logros. He visto por ejemplo el estrecho de Corinto en Grecia, una obra mastodóntica abierta por brazos humanos en épocas pretéritas, con recursos pobres, pero estimulada por una razón inteligente. Imagino los grandes obeliscos egipcios cuyo macizo peso cayó rendido, como una humilde pluma, ante la admirable creatividad humana. Y cuando en las perfumadas noches de primavera, contemplo la luna plateada, quedo fascinado pensando en las huellas que dejaron los hombres en su primer paseo lunar. Y recientemente, no puedo olvidar, agradecido, que, hoy para mis conferencias, no tengo que viajar con pesadas maletas llenas de libros de consulta, pues centenares de libros los tengo comprimidos en un pequeño Disco duro externo de 500 Gigas que guardo en cualquier bolsillo; y puedo visitar decenas de ciudades en un mes, gracias a la alta velocidad con la que me desplazan estos aeroplanos modernos que devoran millas y millas en minutos y horas. ¡Qué hombre más inteligente! –digo admirado.
Pero cuando los aviones aterrizan y me permiten escrutar la realidad que me rodea, encuentro acontecimientos y situaciones que cuestionan esa capacidad inteligente. Llego a un país, donde el recorrido del aeropuerto a la ciudad frecuentemente atraviesa, de manera obligada, barrios pobres, donde sobreviven personas que subsisten con un dólar norteamericano al día. Luego, el panorama cambia, la marcha nos descubre zonas lujosas custodiadas por guardias bien armados, protegiendo a los patrones ricos de la misma ciudad. Muchos de estos patrones, para llegar a sus mansiones, tienen que atravesar cada día, las zonas más pobres, donde viven muchos de sus empleados. Me pregunto si disfrutan de su riqueza pensando en lo que tienen de vecindad. Veintiún siglos de mayor cultura, no han visto la resolución de esta asignatura pendiente: el contraste entre ricos y pobres, con ello, el hambre y los sobrealimentados ¡Qué desproporción! ¿Verdad? Pero esto, es archisabido y ya no es una noticia de primera página.
Sin embargo, hay siempre eventos que tienen que llamar nuestra atención necesariamente. Por ejemplo, en uno de mis periplos, constato que en una ciudad europea, donde algunos católicos apostaron devotamente la imagen de un Cristo crucificado de unos dos metros, ciertas personas decidieron disparar numerosos balazos sobre la misma, resaltando, en la figura digna e inmóvil, un dolor que ya dura dos mil años, y que muchos, como estos pistoleros, se empeñan en prolongar y profundizar. Luego visito otra ciudad en Sudamérica, donde han roto con un martillo los brazos de una imagen de la Virgen María que tenía los brazos extendidos, representando Su abrazo al mundo. ¿Por qué revelarse ante el simbolismo de una caricia tan cálida, maternal y necesaria? ¿Quién nos puede abrazar mejor que una Madre? ¿O es que la razón obnubilada y perdida de algunos, prefiere el frío apretón de las ásperas escamas de la piel de una serpiente traicionera?
Y recientemente, en otro lugar, a unos exaltados se les ocurrió quemar el Libro Sagrado de millones de creyentes que creen en un Dios Creador y Padre de toda la Humanidad: La Santa Biblia. ¿Merece ese trato un Libro que propone el Amor como mayor Mandamiento para los hombres? ¿Qué clase de personas quieren achicharrar las enseñanzas enaltecidas durante siglos, que enseñan el perdón, la compasión, la justicia, la búsqueda de la Verdad y el Bien para todos? O en realidad, ¿es menester quemar un libro, porque esa Palabra verdadera quema la conciencia de muchos que se resisten a la armonía, al amor, a la justicia? ¿Por qué hay hombres que menosprecian la Luz que ilumina y acaricia cálidamente los corazones?
José Antonio Marina, ha escrito un libro muy ilustrativo con el título: “La inteligencia fracasada”. A esas líneas me remito, cuando avizoro en la conducta humana tendencias que en vez de mostrar el esplendor de la razón, ponen en evidencia sus desconcertantes quebrantos.
Sabemos que en muchos momentos todos nos equivocamos, pero cuando “nos queremos equivocar en lo mismo” decenas y decenas de veces, sólo estamos poniendo en evidencia la oscuridad de una razón extraviada.
El mundo, ya tiene muchas razones para preocuparse de la oscuridad en la que vive. No es necesario sumirse mayormente en ella hasta la asfixia. Más bien hay que recurrir a la buena razón que, bien orientada, puede ayudar a reconquistar la luminosidad que requiere el trayecto de todo individuo que sueña con un mundo mejor. El humano puebla este maravilloso planeta y debería marchar junto a sus hermanos, compartiendo sus logros y desafíos. No es iluminación la lucha entre hermanos, ni la tozuda inversión de valores. Aún los violentos, luego de sus actos vandálicos dan un beso a su hijo antes de ir a dormir, porque ellos también tienen escrito en su corazón y en sus genes la capacidad de amar… ¿Por qué no compartirla con los otros, incluso con aquellos que piensan de manera distinta? Ese sí, sería un producto de una razón tolerante e inteligente.
Cada humano, digno habitante de la tierra, merece un mejor trato de sus semejantes. Necesitamos encontrar en nuestros corazones la vacuna contra aquella gripe que esparce los virus del resentimiento y de la intolerancia. Requerimos de una medicina que lleve la salud a la obcecación que odia y divide. Sé que no es fácil, pero es factible… En tres decenios de trabajo con personas, he visto que al final, en un corazón bien dispuesto, siempre hay un precioso momento para el diálogo, la reconciliación y el arrepentimiento, sólo hay que quererlo.
Como estudioso del cerebro y de la conducta, pienso de que la razón puede triunfar, y lo puede hacer, si cada uno de nosotros encuentra dentro de sí, las razones para amar que con tanta perfección se describen en el Libro Sagrado, que en verdad, es desatinado quemar, pues el propio incendiario podría ser víctima de las chispas que él mismo ha querido encender, lastimando también a otros.
Me sirvan de conclusión las palabras que escribe el profesor José Antonio Marina: “Son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas, las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad –privada y pública- todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia” (2008, p. 159). Si despreciamos el amor, no nos sorprenda entonces que, al final, nos rodee el odio y la división.
Jesús Ricardo