
María, Madre Nuestra.
Cuando el Divino Salvador, desde la Cruz nos ofrece a su Madre como Madre nuestra, ¿no la coloca como la más insigne de las intercesoras? ¿Qué mejor intercesora que una Madre?
La perfección del santo, abre las puertas a la Misericordia divina. ¿No han cantado los santos a lo largo de la historia las Glorias de María ponderando su maravilloso rol mediador? Es la bendita entre todas las mujeres, la llena de Gracia. ¿De qué otra mujer ha podido decirse algo igual?
María es nuestro modelo de entrega sin condiciones, de Amor sin reservas. Es el perfecto modelo de Discípula. Buscar la transformación interior que el discípulo quiere alcanzar, significa recurrir a María para aprender de su amor, de su vida, de su silencio que da, se ofrece y no pide nada a cambio. El discípulo quiere aprender a tener confianza, como cuando Ella no dudó que el Poder del Altísimo la haría Madre, no dudó que su Hijo Santo resucitaría. Quiere imitar su amor misericordioso al servicio del prójimo como cuando va a visitar a su prima Isabel. Desea aprender a ser oportuno como cuando observa que falta vino; discreto como cuando Ella guarda todo en su corazón; humilde, como cuando se reconoce esclava; generoso y acogedor, como cuando Ella asume a toda la humanidad como hija suya; paciente y llena de esperanza, como cuando espera que el amado Hijo resucite.
Dios, en su amor infinito, contemplaba ofrecer al mundo a Su Hijo. Él se haría carne, y esta Carne traería su Palabra para escribirla con Su Sangre en el corazón de todos los hombres, pero esa Carne necesitaría un Tabernáculo Santo, puro, sin mancha, Virgen. Para ello, estaba destinada Su Hija predilecta, María. Brillaría tanto, que ninguna luz podría igualar su resplandor. Ella nace ya con anterioridad, en los hermosos abismos del misterioso proyecto de la Trinidad. Cuando se habla de Ella nuestros corazones se regocijan; cuando se piensa en Ella, nuestras mentes se purifican, cuando seguimos su ruta, encontramos la vía más corta y sencilla hacia la santidad. ¡Obra maestra del Creador! El mismo Dios se hizo pequeño para vivir entre los hombres, y todo empezó en el Seno de María. Esa concepción ya señala su rol de Madre e intercesora nuestra.